
Durmiendo debajo de la cama, el perro se sueña lobo. Un lobo persiguiendo. El frio del piso se filtra por sus patas imprimiendo reflejos que él usa para huir como lobo.
La madrugada enfría aún más el ambiente. El lobo-perro aprieta los ojos y los dientes. Corre. Corre infinitivamente. En ese sueño que se eleva como un globo.
Sobre la cama, ensima del perro dormido, sus dueños sueñan. Ellos tienen sueños mas tibios. Se mueven dormidos, acomodan sus cuerpos de acuerdo con sus sensaciones. Sin la simpleza del sueño canino, pulsan la memoria, recorren angustias y se someten a una libertad asfixiante.
Interpretan un espacio-tiempo infinito que los aleja, les separa las partes. Tantas imágenes no caben en el sueño que al despertar recordarán mutilado. Ellos sueñan cosas distintas, pero sueñan lo mismo. Sobre sus cabezas hay un encuentro de ambos sueños, que ahora flotan inmóviles y se enlazan en ceremonia onírica. Y comienzan a subir convertidos en nube.
El ladrón duerme y sueña sobre el tejado que está ensima de la cama de los dueños, que está ensima del perro. Duerme porque no supo utilizar el momento oportuno. Duerme porque hubo una semana de terrible actividad. Duerme en una posición inverosímil que une un estado de alerta con la pose infantil de un escolar aburrido.
Duerme y sueña. En su sueño hay peces. Peces blancos por el frío. La madruagada le pulsa reflejos helados en los pies, que reaccionan por lógica profesional.
En su sueños hay peces y él -no sabe bien por qué- se convence de que es lobo. Que es lobo y que huye.
Guillermo del Zorro
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